miércoles, 20 de diciembre de 2017

El escaparate de lo social

En varias ocasiones, he explicado en conferencias o charlas cómo trabajamos en su día con Ronaldo para que su figura tuviera una destacada significación en temas de carácter humanitario. La semana pasada, en un magnífico evento organizado por la asociación Atades en Huesca, tuve la ocasión de volver a exponer su proyecto para cambiar el mundo. En el mismo congreso también participé en una mesa redonda sobre comunicación y responsabilidad social. En ella se trataron temas muy interesantes, pero me llamó la atención la postura defendida por mis colegas: los medios de comunicación son los responsables de que se desatiendan los asuntos sociales a cambio de embarrar la actualidad con otras cuestiones.

Somos sociales en las encuestas pero no tanto en nuestro comportamiento. Es difícil cumplir con todas las demandas solidarias que la humanidad nos requiere y aún más vivir sin agredir al medio ambiente por muy ecologistas que nos reconozcamos. El crecimiento de nuestra especie se ha producido a costa de la naturaleza y estamos en un momento en que alcanzamos el límite para la cuenta atrás del planeta tal y como lo entendemos.

En el deporte no somos diferentes. La población prefiere la polémica y la confrontación. Es así, no le demos más vueltas. De cara al próximo clásico, un gesto de cortesía, como es el pasillo a los vencedores, se interpreta más como una humillación que como un reconocimiento. No nos gusta identificarnos con la degeneración del lenguaje y de las actitudes pero somos actores principales del debate.

Esta semana se ha producido un acuerdo histórico en el fútbol al igualar la Federación Noruega los salarios de sus internacionales, independientemente de su sexo. Su difusión ha sido mínima por estos andurriales. Estemos hablando de un acuerdo histórico, de igualdad, de finanzas, de fútbol internacional, pero no ha sido interesante para el periodismo ni para la sociedad. Hoy tenemos cientos de herramientas para elegir aquello sobre lo que queremos que nos informen. No sirve la explicación de que consumimos basura porque nos ofrecen basura. Disponemos de alternativas pero solo nos acordamos de ellas cuando necesitamos quedar bien con nuestro interlocutor.

Las federaciones, clubes y deportistas protagonizan acciones admirables pero no tienen repercusión. Mi blog, por ejemplo, recoge algún artículo en este sentido aunque el número de lectores es muy inferior a otros relatos con temas estrictamente deportivos o de análisis sobre alguna disputa. Solo hablando de fútbol, ese deporte cada vez más encerrado en una burbuja, la fundación del Barcelona ha sido premiada hace pocos días como la mejor del año, el apoyo que hace el Real Madrid a cuestiones sociales es también relevante, el Espanyol publica su memoria de responsabilidad social, el Rayo Vallecano apoya a la comunidad… son decenas los ejemplos pero escasos los reconocimientos informativos y menos el seguimiento que realizan los socios y aficionados de esas entidades. Como especie somos tan competitivos como cooperativos, pero en nuestras demandas de información seguimos optando por el escaparate en lugar de los productos.


jueves, 7 de diciembre de 2017

Mascherano y la oportunidad

La mala fortuna o planificación ha provocado que un jugador del Barcelona, Javier Mascherano, haya reclamado su libertad en un momento en que su posición sobre el campo entraba en emergencia por la lesión de Samuel Umtiti. Técnicamente, esa ubicación en el argentino es bastarda, motivada por su disponibilidad y adaptabilidad en un club de tradición remiso o torpe en la contratación de defensas centrales.

Es un caso llamativo, que se justifica tanto por su lícito deseo de jugar más o ganar más, como se derrumba por la sorpresa o la incomprensión que genera. De igual forma, pensar en el club sería marcharse cuando no se está al nivel para jugar en lugar de hacerlo cuando no se juega. Ante esta disyuntiva, ¿está obligado un futbolista a pensar en su club?

El fútbol maneja con soltura la palabra lealtad. En primer lugar, de sus aficionados, que en casos extremos llegan a desear que su equipo pierda por una cuestión de lealtad: para cambiar a un entrenador, un presidente o la situación a mejor. Luego están los directivos, muchos de los cuales se aprovechan por lealtad de los cargos que ocupan, cuando no se enriquecen gracias a ellos. Cómo no, la prensa también hace su trabajo al defender por lealtad a un club incluso cuando en ocasiones se le va la mano. Y, muy por encima de esta enumeración de grupos de interés, aparecen jugadores y entrenadores, con una salvedad entre ellos: unos juegan o no y los otros deciden quiénes juegan o no.

En este bloque aparece Mascherano, quien no es ajeno a protagonizar rumores, amagos de salida y problemas fiscales. El jugador, dentro del campo, ha sido un modelo de comportamiento al modificar su lugar en el terreno de juego cuando lo requirió el equipo. Pero al mismo tiempo fue una costura que de vez en cuando dejaba deshilachada a la defensa y, con ella, al resto del esquema. Aun así, ha sido irreprochable su compromiso y, en cierto modo, su lealtad.

El internacional argentino se ha mostrado también como un hombre con un discurso ante los medios de comunicación que no pocas veces ha aparecido como versión oficial. Es de reseñar su comparecencia en la pasada pretemporada junto a Gerard Piqué, en unos momentos en que ni desde dentro ni desde fuera del club se podía encontrar una explicación sensata al caso Neymar. Aparecer frente a la opinión pública en aquel trance fue un servicio mayor al vestuario y también al palco. Precisamente esta habilidad fue uno de los motivos esgrimidos para renovar su último contrato, cuando su concurso deportivo indicaba otros derroteros.

Tal vez el propio Mascherano haya percibido que está en un punto de su carrera en que la oratoria de Cicerón no es suficiente para el entrenador, que cuenta con otras opciones, aunque en realidad son pocas. Quienes lean deslealtad en la actitud del futbolista puedan valorar que la conciencia es un motivador implacable, tanto como la edad y el deterioro físico. Aquellos que, por el contrario, comprendan las suspicacias del argentino siempre verán como algo natural que un profesional quiera cambiar las cosas para que ello suponga una mejora en su estatus, por muy egoísta que pueda identificarse semejante actitud. En ambos casos, siempre quedará un resquicio por el que se escapará una parte de la razón de unos y otros porque en el fútbol no hay nada absoluto, ni siquiera la lealtad o la oportunidad.


lunes, 27 de noviembre de 2017

La chilena de Rivaldo

Como continuación a un excelente artículo de Jacobo Correa que recogía la explosión de alegría que vivió el Camp Nou hace unos años, cuando Rivaldo convertía una impresionante chilena, surge este texto en el que aparezco como protagonista en algunas situaciones, que he intentado minimizar en todo lo posible. Mi aparición se limita a ser testigo de la narración pero sin ella habría sido irrealizable el detalle del relato.

Aquella jugada supuso la clasificación para Europa de un Barcelona decadente, en el alambre, y rescató cierta grandeza para un club empequeñecido. De ser otra la institución y otro el futbolista, esa acción se habría convertido en un icono para todas las generaciones. La tradicional falta de delicadeza del Barça con sus grandes y la aún más evidente ausencia de carisma del brasileño han convertido injustamente a esa brutalidad futbolística en un recurso para previas y aniversarios.

La idea de estos párrafos es contar el día siguiente, dado que todo lo ocurrido en el césped, el palco y la grada fue ya referido en la recomendable historia de Jacobo. En realidad sucedieron las cosas cotidianas que a cualquiera le podían haber pasado un día normal de su vida, e inesperadas en el mejor jugador del mundo, héroe del barcelonismo y personaje perseguido por los medios de comunicación para abrir sus portadas y programas.

Pasadas las doce del mediodía, recibí la llamada de Rivaldo, con quien había trabado una magnífica amistad desde mi posición de periodista y con quien, por ejemplo, redactamos un libro con sus memorias. Su intención era preguntarme qué repercusión había tenido su actuación, ya que, al margen del gol, su partido ante el Valencia fue soberbio, y prefería que alguien le filtrara las noticias en lugar de hacer cualquier descubrimiento por sí mismo. De igual modo, reconoció que las felicitaciones en el vestuario y en su agotado teléfono móvil fueron extraordinarias y bromeó con la apertura de un restaurante italiano nuevo en la Diagonal en el que podíamos encontrarnos. Ese local era al que solíamos acudir con frecuencia y, en concreto, se trataba de un establecimiento con varias décadas de existencia.

Pese a considerar nuestra amistad, mi alma de informador recibió el impacto de ser la persona que iba a compartir un plato de pasta y un refresco con la figura del día anterior. La comida fue rápida, en compañía de su esposa en aquel tiempo, y casi no hablamos de fútbol. Alguien a quien desde niño se le llamó patapalo había saldado muchas cuentas con su gran año pero no las necesarias como para que el fútbol le gustara. Si hay alguna cosa que siempre me llamó la atención de Rivaldo es que nunca amó al fútbol, en correspondencia con el rechazo que este mundo le propinó en no pocas ocasiones. Por tanto, hablamos de sus hijos, del buen tiempo que hacía y de unos problemas domésticos sin importancia.

Este era Rivaldo, capaz de ser el mejor y el peor jugador del mundo en el mismo partido, como sentenció el aguijón comentarista del mítico Tostao. Hizo de su mañana un día mundano, en el que estuvo encerrado en casa, viendo la televisión y jugando con el ordenador hasta la hora de comer, alejado de los esfuerzos de tantos periodistas para arrancarle una imagen o una declaración y del bombo generado por una jugada sublime, de la que sus críticos de la época dieron todo el mérito al autor del pase que la precedió. Hasta en la autoría de un movimiento histórico tuvo discusión Rivaldo.

Fue consciente de la negación y sacó a relucir cuando nos despedimos a quienes no comulgaban con su forma de ser. Acusado por el presidente y el entrenador, el brasileño tuvo que moverse en muchas ocasiones en las aguas más turbias del entorno dirigido de la entidad, lo que reafirmó sus recelos sobre el fútbol.

Cuando pensé que el día había acabado unas horas más tarde, ya en mi casa recibí otra de sus llamadas telefónicas. En esta ocasión se encontraba parado junto a una gasolinera buscando una dirección. El protagonista de hacía 24 horas estaba pasadas las nueve de la noche perdido en Barcelona. Esto no sería de extrañar en unos días en que aún los mapas de papel eran una buena ayuda, pero lo llamativo fue la razón: tenía una persona nueva trabajando en casa para ayudar en las tareas y al hacerse tarde no tenía transporte para volver. Rivaldo se ofreció a llevarla en coche en lugar de llamar a un taxi con la desdichada casualidad de que vivía en una zona de la ciudad en la que con toda probabilidad el jugador nunca había puesto sus pies. Su consulta fue sobre qué camino tomar para llevar a su afortunada pasajera hasta su domicilio.

En estas líneas hay literatura en la forma pero no en el fondo. Son dos o tres acontecimientos que definen a alguien que llegó a ser considerado un semidiós pero que nunca pudo mantenerse en el papel, ni siquiera con una chilena salvadora. La chilena de Rivaldo.


martes, 21 de noviembre de 2017

Iniesta y Buffon, la puerta del contenido

Un par de días antes del encuentro entre la Juventus y el Barcelona, ambos clubes publicaron en sus redes sociales un bonito ejercicio, en el que realizaban un cuestionario parejo a sus dos grandes capitanes, Gianluigi Buffon y Andrés Iniesta. Más allá de la naturaleza de las respuestas, ninguna maliciosa por descontado, esta materia fue una chispa de frescura en el enmarañado mundo de la comunicación corporativa de clubes y jugadores al basarse en un concepto capital pero al que desatienden por norma estos colectivos: el contenido.

Solo hace falta reparar en algunos datos para entender que los contenidos hoy son vitales: las páginas web de algunas marcas de bebidas parecen ser de organizadores de eventos, diarios que organizan conciertos o petroleras que movilizan para disputar una maratón son ejemplos de que todos queremos algo más que un simple comunicado. Buffon es un tipo que en su día se significó contra los recortes presupuestarios de su gobierno y lamentó eliminaciones de su equipo y selección pensando en la gente, alguien que atiende con contundencia a la actualidad y que, en resumen, ejerce un liderazgo brutal. Con Iniesta la genética no ha sido tan generosa para la comunicación como lo fue para el arte y de hecho su declaración más activista fue un monosílabo al ser preguntado por unas palabras de su presidente. Sin embargo, su comportamiento de talante familiar le ha convertido en una figura muy respetada.

La ausencia de contenidos desde los clubes se ha producido por la amputación registrada en las relaciones entre plantilla y periodismo. La proliferación de medios, las redes sociales y los intereses de todas las partes en conflicto han tapado la boca de los protagonistas. Estos también pueden entender que ofrecer una rueda de prensa o una entrevista para hablar de los demás no les resulta buen negocio y prefieren limitarse a una intervención protocolaria en una previa o una zona mixta de vez en cuando.

No se ha inventado la pólvora con este régimen de convivencia. En Inglaterra e Italia es funcional desde hace décadas pero allí el recambio ofendió en muchas ocasiones al fútbol: mientras los isleños se decantaron por escarbar en la vida privada de los personajes, los peninsulares optaron por la información de mercado, incansables ante cualquier posibilidad de intercambio o contratación, por descabellada que pareciera.

Aquí esta situación tiene sus riesgos y sus ventajas. Al carecer de protagonistas y no reducirse el espacio destinado a la información, los vehículos de comunicación los han sustituido por otros personajes. El caso es que estos son los periodistas, que hemos tomado el testigo como auténticos emprendedores para rellenar los huecos dejados por la presunta censura. Es opinable el camino elegido hasta esa posición, que con frecuencia ha sido el más fácil y no siempre el más admirable, pero no hay discusión en que todo aquel que desea pasar el rato con el deporte tiene recursos sobrados para hacerlo en cualquier medio.

Hoy en día la combinación de información y entretenimiento es la oferta principal. Gerard Piqué ha mostrado su desdén por los medios pero no por el contenido: no necesita al periodismo, dice, pero sí la transmisión de información. Por ello destaca como pocos de sus colegas en las redes sociales y en los discursos con contenido. Solo puede reprochársele como estratega que no dedique una parte de su excepcional talento a la difusión de buenas prácticas y mensajes de tipo humanitario. Guste o no su particular estilo, es un avanzado en el fútbol presente.

Compartimos contenidos sin parar y en general lo hacemos porque se trata de información útil, aspectos emocionales, contenido positivo o movilizador. Casi el 60% de los humanos dice compartir contenidos con frecuencia. Sin embargo, es raro ver interacciones en las redes sociales por parte de clubes, más allá de concursos y mensajes de publicidad, y casi imposible del lado de los futbolistas. El periodismo tiene perdida la batalla de la digitalización de contenidos interesantes por la inacción de sus dirigentes y la falta de imaginación: ningún medio ha sido capaz de inventar ninguna red social. El fútbol, como muchos deportes de estructura añeja, anda por el mismo camino, y necesitará mucho más que vídeos con estupendas figuras para recortar esas distancias.



miércoles, 8 de noviembre de 2017

El senador Romario

Romario de Souza es hoy un senador prominente de la república del Brasil, presidente de la Comisión de Cultura y Deporte de la cámara y azote de la corrupción en su país y de las discriminaciones a las personas con discapacidad y en riesgo de exclusión. Sin embargo, fue un futbolista brutal, delantero extraordinario, que vivió del gol, a quien consideró su mejor amigo, y que jamás fue insolidario con sus compañeros ni enamorado de los clubes en los que militó, entre ellos, el Barcelona: “llego, saludo, trabajo y me voy” fue su forma de vivir, tan válida de declaración de intenciones como de epitafio.

Fue tal su irrupción en el Barça que el entonces entrenador, Johan Cruyff, amenazó al presidente Núñez con no asistir a la presentación del equipo si en ella no estaba Romario. Su llegada al club vino precedida de una fama de personaje mezquino, esquivo y malcarado. Algo que tuvo en cuenta en su primer discurso como nuevo barcelonista, en el que expresó como única promesa que demostraría que no era tan mala persona como se decía en Holanda. Precisamente allí, en su etapa en el PSV Eindhoven, un directivo le lanzó una guía telefónica a la cabeza para provocar alguna reacción en Romario, lo que no logró ni con la agresión, dado que el brasileño siguió con su rutina en el vestuario sin inmutarse. Allí conoció a Bobby Robson, más tarde técnico azulgrana, a quien siempre definió como tan mal entrenador como buena persona, y también en Eindhoven discutió con sus compañeros sobre el césped para lanzar un penalti, a los que, después de marcar, se quitó de encima cuando se le acercaron para abrazarle.

Holanda se familiarizó con el mundo de las enfermedades tropicales gracias a Romario, quien aparentemente las sufrió todas en su época cada vez que prolongaba su estancia en Brasil. Una vez hizo que le publicaran una fotografía en los periódicos dentro de la cama en un hospital de Río, según la información, aquejado de dengue. Se trata de una enfermedad que entre otros síntomas lleva a una palidez exagerada, desacorde con su rostro tras un mes de playa. Repitió continuamente que a un holandés no se le podía decir nunca la verdad porque se trata de un pueblo muy impresionable. En cambio, con Cruyff todo fue diferente porque, según el futbolista, su comportamiento era el de un catalán, pese a lo cual tuvo sus diferencias hasta el punto de decirle que no era su padre y que por tanto aparte de la multa por llegar tarde no le consentía ninguna arenga ejemplarizante. El entrenador le envió a una consulta con un doctor de su país, a lo que el atacante respondió que si se lo mandaba iría, le saludaría, se haría una fotografía con él y volvería a Barcelona pero que aquel hombre no le pondría una mano encima.

Romario solo vivió en hoteles en su corta estancia barcelonesa. Se doctoró en la soledad, y siempre expresó sus preferencias con el ejemplo de los tigres. Decía que era como uno de estos magníficos animales, que esperan con paciencia para atacar a su presa. Hasta donde él sabía, los tigres eran bestias solitarias. Solo le faltaba averiguar si también eran nocturnas.

La noche fue su gran aliada. Salió mucho pero nunca bebió alcohol ni fumó. La directiva del Barcelona le puso un detective (“si lo encuentro se van a enterar él y la directiva”) con el que finalmente se topó: le explicó que la noche le saldría muy cara si tenía previsto seguirle y le propuso invitarle a la última consumición antes de mandarlo a casa. Una noche, se presentó en la emisora en que yo trabajaba sin avisar y un compañero me llamó a casa pasadas las doce: le encontró sentado en el suelo de la recepción firmando autógrafos en un fajo de folios para las señoras de la limpieza. Algo similar pero más ingenioso realizó en un viaje con el club, en el que una multitud asaltó el vestíbulo del hotel. Firmó un papel, se lo dio al recepcionista y le encargó que hiciera cien fotocopias y las repartiera entre la turba antes de salir corriendo a su habitación.

Sus relaciones con los medios de comunicación tampoco fueron ejemplares. Una pareja de enviados especiales viajó desde Francia para entrevistarle tras concertar la cita a través del club. Les hizo esperar dos horas y, cuando llegó, fue recriminado por su demora. Se fue a dormir y les informó de que iban a esperar otras dos horas por haberle gritado. La entrevista no se hizo hasta meses después, cuando medié para que recibiera a otros dos informadores de aquel medio. Fue en Arabia Saudí, y quedamos a las siete de la tarde: “subo un momento al cuarto y ahora bajo”. A la una de la mañana se marcharon mis amigos sin haber hablado con él. Me quedé en el bar para acabar mi refresco y ahí apareció Romario preguntando por mis amigos, con seis horas de retraso.

Al contrario de lo que pasa con la mayoría de futbolistas, para referirse a esta figura, capaz de decir de Pelé que era un poeta cuando estaba callado, todavía se puede utilizar el presente de indicativo. A Romario le echaron del Mundial de Francia sus seleccionadores por ser el único futbolista del mundo capaz de disolver cualquier grupo humano, según los personajes. Pero uno de sus compañeros en aquel torneo confesó en privado que, cuando vio que aquel se marchaba de la concentración, supo que Dios no quería que Brasil fuera campeón del mundo. Por otra parte, también dijo que lo entendía porque les había hecho de todo a los entrenadores. Romario, el jugador incapaz de retirarse y compartir días enteros con su familia sin hacer nada, ha optado por servir a su país, con compromiso y conciencia social. El senador Romario fue, pero sigue siendo, uno de los últimos héroes de Brasil.